Son varias las líneas de investigación que se vienen desarrollando y profundizando enfocadas al estudio de las bacterias.
Entrevista a Vanesa Amarelle, investigadora del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE).
Contó a SobreCiencia en qué consisten estos proyectos que comprenden al material biológico obtenido en la Antártida y cómo podrían relacionarse con bacterias capaces de oxidar manganeso; algo fundamental para la creación de biofiltros que se utilizan para la potabilización del agua.
“Yo tengo un proyecto vinculado a las bacterias que oxidan manganeso. Todo surgió a raíz de un proyecto anterior en donde encontramos un fragmento de ADN específico, porque nosotros estudiamos el ADN de una población, por ejemplo de un suelo. Allí podemos encontrar información genética de millones de microorganismos. Entonces, en el laboratorio le introducimos ese material genético a una bacteria común (Escherichia coli) y podemos estudiar si la bacteria adquiere esa información. El caso más claro son las bacterias de la Antártida, que son muy pigmentadas, y si yo le pongo un ADN con esa información a una bacteria que no tiene color, podemos estudiar si ella lo reconoce y lo expresa, si es así, va a poder producir ese pigmento y la bacteria va a adquirir un color”, explicó la investigadora.
Amarelle agregó que su línea de investigación está centrada en el estudio del metabolismo de los metales y remarcó la importancia de crecer en el conocimiento científico.
“Nosotros pudimos comprobar en el laboratorio que esta bacteria era capaz de oxidar manganeso. Esto en particular tiene una aplicación que ya se está usando; y que consiste en utilizar estas bacterias que oxidan manganeso para producir biofiltros, porque los óxidos de manganeso tienen la capacidad de retener metales pesados y se usan por ejemplo en los procesos de purificación del agua, o para descontaminar lugares con metales pesados”, aclara.
La experta explicó además que la ventaja de experimentar con estas bacterias de origen Antártico, es que las mismas son resistentes a las bajas temperaturas, lo que permite que se pueda trabajar con ellas a temperatura ambiente.
“Lo que tienen de bueno estas bacterias de origen antártico es que pueden trabajar a temperatura ambiente, porque estas enzimas están adaptadas a vivir a bajas temperaturas, pero aceptan siempre un poquito más. A las industrias les sale muy caro enfriar o calentar un ambiente para producir estas enzimas. Energéticamente su uso sería óptimo. Es por eso que fuimos a la Antártida a cultivar bacterias para ver si oxidan manganeso. Para nosotros es muy importante procesar las muestras en la Antártida, porque si la traemos y la analizamos acá, ya no es la misma muestra. Obviamente tener un laboratorio en la Antártida sería lo ideal, así como también contar con recursos para trabajar con esas muestras. No es fácil conseguir recursos para investigaciones a largo plazo. Algo positivo que está ocurriendo es que se está trabajando mucho en coordinar el trabajo de investigación antártica con otros países”, concluyó.